Algunos apuntes sobre curar desde el feminismo

Semíramis González

Algunos apuntes sobre curar desde el feminismo

Decía Virginia Woolf que, a menudo, los anónimos de la Historia habían sido mujeres; yo me aventuraría a afirmarlo con toda seguridad y que, aún hoy, las mujeres tenemos que hacer un esfuerzo considerable para no ser las desconocidas del futuro. La escritora Laura Freixas cuenta que siempre que decimos eso de “eran otros tiempos” (para justificar el borrado patriarcal de las mujeres en todos los estilos y períodos), le gustaría saber dónde se sitúa el hito del cambio. Cada veinte años volvemos a oír eso de eran otros tiempos, referidos a décadas cada vez más cercanas a la nuestra y, muy probablemente, lo harán refiriéndose a nuestro presente… Sin embargo, en un ejercicio apasionado y absolutamente necesario como es la labor de genealogizar, Concha Mayordomo y Mareta Espinosa están llevando a cabo una labor encomiable. Si decía la maestra Amorós que “hacer genealogía también es hacer activismo”, el trabajo de ambas comisarias es esencial y profundamente feminista.

Por un lado, Mayordomo rescata sin descanso a artistas de todas las épocas haciendo algo imprescindible que nos ha sido negado a las mujeres: la posibilidad de contarnos, de relatar nuestra historia. Mayordomo las narra, las sitúa y contextualiza en sus estilos y aportaciones. En algunos casos incluso las homenajea con un dibujo hecho por ella misma. Por su parte, Mareta Espinosa es una referencia para quienes, como yo, nos dedicamos a la gestión cultural y el comisariado. No ha dejado de trabajar por las artistas y su profesionalización en ninguno de los ámbitos que ha desarrollado, tanto ella misma como artista como en curaduría y gestión, desde la creación del Festival Miradas de Mujeres de la asociación Mujeres en las Artes Visuales (MAV) a la galería de arte Saída Art Contemporain de Tetuán (Marruecos).

Además, el trabajo de ambas desde la asociación Blanco, Negro y Magenta ha desembocado en proyectos expositivos que han visibilizado la realidad de la enfermedad del Alzheimer (“Se m’ha oblidat que t’he oblidat”) o la labor oculta y poco valorada públicamente de las tareas del tejido, asumidas tradicionalmente por mujeres y que implican no sólo el virtuosismo de coser sino el trabajo de lavanderas, planchadoras… (como la exposición “Ellas y el tejido social” en el Museo de Arte Contemporáneo Florencio de la Fuente). A lo largo del mundo vemos cómo la globalización ha trasladado estas tareas a otros lugares, como las maquiladoras en México, pero continúa siendo un trabajo eminentemente femenino y precario, en condiciones de casi esclavitud y con los abusos y violencias que esto conlleva.

Cuidar, gestionar, curar

Una de las frases doradas de la artista Dora García dice que “el arte es para todos pero sólo una élite lo sabe”; ha sido la élite masculina la que, históricamente, ha establecido el discurso patriarcal y androcéntrico del arte, excluyendo y dejando fuera todo lo que no era BBVAH (Blanco, Burgués, Varón, Adulto y Heterosexual). Eso apartaba a las mujeres (más de la mitad de la población) pero también a todo lo que no entrase en ese canon, como todos los grupos minorizados. El androcentrismo ha dominado un discurso académico y ha impuesto una visión del mundo donde lo masculino era lo universal, lo neutro y donde el hombre y su experiencia eran el centro de todas las cosas. No sólo se ha ocultatp a las mujeres sino que se ha desprestigiado su aportación. Desde Rousseau a Freud, las mujeres aparecen vinculadas a lo salvaje, el desorden y a la naturaleza frente a la ley, la civilización y la cultura, que son genuinamente masculinas. Así, el espacio privado del hogar se convierte en un lugar carente de valor pese a la aportación que supone para las sociedades a lo largo de la historia. La construcción patriarcal del mundo convirtió las tareas de los cuidados en un trabajo carente de prestigio y asumido por las mujeres, relegadas, incluso en el pasado cercano y nuestro presente, a la artesanía, a la “baja cultura”.

Sin embargo, este trabajo no remunerado es el sostén de los estados del bienestar modernos y equivale, siguiendo la metodología del INE, a 28 millones de empleos a tiempo completo, como ha señalado la investigadora Ángeles Durán[1] (primera mujer con el Premio Nacional de Sociología).

En el sector artístico los datos son engañosos. Por supuesto, la cúpula de los museos y centros de arte sigue en manos de hombres (los hombres deciden en el 82% de las instituciones culturales en 2020[2]) y también aquí “los cuidados” siguen en manos de mujeres: ellos dirigen y ellas son mayoría en los departamentos de educación, conservación o restauración. Con la excusa de que “en los equipos hay más mujeres que hombres” se teje un fino “suelo pegajoso” que feminiza determinadas labores que sí pueden ocupar ellas.

Con el fin de valorar la impronta que los cuidados tienen en el sector artístico, la labor desarrollada por Concha Mayordomo y Mareta Espinosa es aún mucho más destacable: yo definiría su trabajo como curaduría en el sentido más concreto del término, en aquel que pone sobre la mesa el valor del cuidado y el curar las obras y a las artistas. De ahí su capacidad de haber hecho piña y reunir en torno a ellas a un nutrido grupo de creadoras que encuentran en ambas a unas gestoras que miman y cuidan su trabajo, que desde la profesionalidad ensalzan lo que sus obras aportan al mundo y las exponen y muestran como sólo una buena curadora sabe hacer.

Quizá sea el momento de empezar a exigir que las mujeres lleguemos a las direcciones de los museos pero también a que las formas de gestionar se transformen y sean más feministas. Esta es la clave de la labor que tanto Mayordomo como Espinosa hacen: la atención, el cuidado y el buen hacer son cualidades a menudo olvidadas en un sector tan precarizado como el del arte; con dosis de feminismo y curaduría, las formas de trabajar serían otras, mucho más justas. Personalmente me siento muy agradecida por haber sido invitada a escribir estas palabras y a dar paso a un trabajo que sólo podrá corroborar lo que aquí planteo. El trabajo de gestionar y cuidar, de curar desde el activismo… esa es la gran aportación de estas dos mujeres. Ojalá más profesionales tomando este modelo y haciendo del sector artístico un espacio más igualitario y, en definitiva, más feminista.

Semíramis González


[1] “La riqueza invisible del cuidado”, Edita: Universitat de Valencia, 2018.

[2] Informe del Observatorio de Igualdad Género en el ámbito de la Cultura realizado por el Observatorio de Creación y Cultura Independiente y dirigido por Fátima Anllo