Ana de Alvear. Entrevista

Ana de Alvear © La Catedral, serie Neosurrealismo Abstracto .Dibujo a lápices de colores. 65 x 96 cm

¿De dónde has aprendido más, de los estudios o de la vida?

De la vida, sin duda alguna.

¿Has dejado alguna vez de ser niña?

Es cierto que me encanta jugar y que quizá mi obra dé pie a pensar que, por los “personajes” o “protagonistas” que utilizo, hago un trabajo para niños… Sin embargo, éstos me sirven para plantear problemas terribles de forma que el espectador pueda soportar su visión sin salir espantado … Y es que, si cuelgas dos liebres de peluche como si hubieran sido cazadas, ¿qué es lo que estás “matando”? ¿La inocencia?, ¿Los juegos?, ¿La niñez?; estamos hablando de maltrato infantil

¿Cómo te relacionas con la naturaleza?

Me relaciono menos de lo que me gustaría. Comprobar los cambios que están teniendo lugar me hace reflexionar y preguntarme si quiero asumir la responsabilidad sobre la herencia que estamos dejando. Es lo que ocurre en mi obra “érase una vez… y ahora qué”, en la que, a través de láminas, como las de Darwing pero con peluches, pregunto al público si queremos ser los que cuenten a nuestros nietos que había una vez animales como éstos que ya no existen como consecuencia de nuestra irresponsabilidad.

Ana de Alvear© En la Vórtice forzado negro. 2015-18. 60 dibujos a lápices de colores. 60 X70 cm c.u. Total 3 X 7 m

¿Cómo es trabajar con la tecnología en instalaciones y videos, y dibujar con los humildes lápices de colores?

Es absolutamente compatible. Defiendo desde hace muchísimo tiempo que no se puede juzgar una obra por la técnica con la que está hecha. Los lápices de colores no son nada humildes; todos podemos usarlos, pero eso no implica que no sean eternos. Desde el principio de los tiempos, el lápiz está ahí, y no se estropea, no se precisa ninguna tecnología para poderlo ver, nunca pasará de moda. Siempre invito a un experimento: pinta la cascara de un huevo crudo, o pon la fecha de caducidad, como hago yo siempre, y después, cuécelo para comértelo, verás que el lápiz no se va, ni con el agua, ni tras cocerlo.  ¡Es fantástico!

Has trabajado con grandes músicos, como tú hermana María de Alvear, Eduardo Polonio o Jorge Fernández Guerra ¿Te gusta trabajar en equipo?

Me encanta trabajar con compositores de música clásica contemporánea. Gracias a mi hermana, he podido ser, junto con ella, pionera en los conciertos multidisciplinares; tras invitarme a participar en sus conciertos en 1989, mi visón del arte sufrió un giro de 360º y, de pronto, fui capaz de adaptarme a cualquier espacio. Actualmente, incluso cuando dibujo y hago exposiciones “convencionales”, incluyo montajes instalativos. Trabajar con músicos implica también tener en cuenta el sonido, la orquesta, el escenario, el público. ¡Me encanta!

Desde el virtuosismo en tus dibujos ¿Cómo ves la tendencia conceptual en el mundo del arte?

Concepto ha habido siempre en el arte; otra cosa es como cada uno lleva hasta el final ese concepto y cuánto trabajo quiere delegar en el espectador para que lo entienda. Yo hago muchos guiños; si el público se queda con la primera impresión, por lo menos ve el virtuosismo y, si quiere seguir preguntándose acerca de lo que ve, llegará muchísimo más lejos aún y, probablemente, a conclusiones mucho menos amables que las que vio al principio.  Soy mucho más dura de lo que aparento, pero eso conforma el leitmotiv de mi vida, cuestionar los arquetipos.

¿Te has sentido alguna vez discriminada por el hecho de ser mujer?

Sí, aunque, sorprendentemente, no solo por hombres sino también por mujeres que eran terriblemente misóginas.  Más a menudo de lo que parece, son las madres, a las que nadie se atreve a cuestionar, las primeras en discriminar y maltratar a las hijas.

¿De qué manera tus vivencias personales están implícitas en tus obras?

Soy de la opinión que todos, en definitiva, hacemos nuestro autorretrato constantemente; visto desde distinto enfoque cada vez, pero, al final, siempre es nuestro autorretrato. Se pinta lo que se conoce y en mi caso ocurre con absoluta certeza, aunque a veces se encuentre completamente camuflado.

¿Cómo valoras tu experiencia de haber compartido espacio con las vanitas de los pintores holandeses en el Museo Lázaro Galdiano?

La exposición en el Museo Lázaro Galdiano fue determinante para mí. El destino de mi obra siempre es un espacio específico y, como suele decir mi hermana María, lo que hacemos es Haute couture (Alta costura). Cierto que eso, a veces, hace más difícil encontrar el espacio adecuado, pero después la obra queda como un guante. Por otro lado, la ventaja de trabajar así es que te obliga a buscar y, por lo tanto, a abrir el arte a espacios que antes no se lo habían planteado. Es una experiencia maravillosa de trabajo en equipo con la institución.

¿Crees que las instituciones madrileñas ponen suficientemente en valor a sus artistas?

No, ni las instituciones madrileñas, ni las españolas en general, con honrosas excepciones. En España no se aprecia a los artistas del país y parece que todo lo que viene del extranjero es mejor, consecuencia de lo cual, al final, se acaba comprando caro y mal al artista local cuando ya se ha tenido que ir al extranjero.

Es una pena porque hay grandísimos/as artistas españoles/as (y aquí sí quiero poner los dos géneros) que están completamente abandonados, sufriendo un injusto calvario tanto de soledad como económico, cuando son verdaderamente extraordinarios y su trabajo es impecable.  Creo que echar un vistazo a las “periferias” del circuito del arte sería, no solo muy recomendable para los “responsables del arte”, sino que también se verían recompensados con una agradable sorpresa.