Ana Matey. Entrevista

Ana Matey© Welcome to Otasazubicam. Tokio. 2008

Tu página web se abre con el texto: “la mente es como un   paracaídas; si no lo abres, no funciona”. ¿Cuándo se abrió tu mente hacia el arte?

No sé si os referís a cuándo comencé a interesarme en el arte o al momento en que, dentro de mi trayectoria, se produjo un cambio.

Nos referimos a cuándo decidiste ser artista, pero nos puedes contar también el cambio en tu trayectoria.

Lo de “ser artista” no me lo planteé. Cuando estaba en el instituto, fui a visitar junto con una amiga el Museo Vostell, en Cáceres, y eso me fascinó. En ese momento, tras leer la declaración de Vostell, ‘yo declaro la paz como la mayor obra de arte’, empiezo a interesarme de una manera activa en el arte. También me causó una honda impresión el arte povera , así como todos los trabajos conceptuales que allí se encuentran, y también fluxus consiguió captar mi atención. Así comenzó mi interés por el arte. Con el tiempo, sin que se haya producido de una manera predeterminada, ser artista se ha convertido en mi manera de vivir. Es una opción que eliges entre otras muchas, y yo elegí ésta.  

El camino ha sido largo. No deja de hacerme gracia recordar cómo hubo un momento en el que me llamaban fotógrafa; otros, en los que me presentaban como bailarina y, en algunas ocasiones, me califican como performer. Dependiendo del círculo en que me encuentre, me presentan de una manera o de otra. Actualmente, tras mucho tiempo trabajando, me suelen encorsetar, porque la sociedad te encorseta, y normalmente me dicen performer, que es una palabra que no me gusta; me suena muy rara. La performance crece, se expande, y puede llegar a ampliarse tanto que, en ocasiones, me asaltan preguntas acerca de qué pensará el público que hago. Y son tantas las cosas que puedes hacer, que yo no pongo título a lo que hago.

¿Y esa otra ventana, esa otra apertura de mente hacia el arte?

La obra El recolector de plumas’ es un punto de partida muy importante, tanto en mi vida como en mi obra. Me ha permitido ver el arte como una herramienta de transformación, como una vía de conocimiento acerca de cómo quiero estar en el mundo, que, anteriormente -quizá porque era más joven- no sabía ver.  Desde entonces, concibo mi obra como un instrumento de búsqueda que me permite intuir esa manera de vivir que persigo.

¿En qué disciplina te sientes más satisfecha?

Es una pregunta complicada porque muchas de mis piezas parten de la acción. La acción siempre está presente en mí obra, porque ésta, a su vez, parte de mis vivencias.  En muchas ocasiones las denomino experimentos, porque a veces suceden en un lugar que, si no se traducen a un medio visual, no llegan a desarrollarse plenamente. De ahí que se conviertan en dibujos, en fotos, en instalaciones, en videos; a veces, incluso, en palabras. De lo que estoy más satisfecha es de la acción, que es mi motor. Si me tengo que quedar con algo, debería decir con la acción. Si no hay acción, no hay obra.

Pero, tenemos que ponernos de acuerdo en cuanto al concepto “arte de acción”, ya que actualmente no lo estamos. El término performance, por ejemplo, se utiliza también en antropología y en otras disciplinas de Humanidades, por lo que sería conveniente decir performance art, con vistas a una mayor clarificación. El concepto es muy amplio, y no me parecer mal esa amplitud, no lo veo como algo negativo, pero sí me parece importante utilizar el lenguaje correctamente.

Ana Matey© Como mínimo hacen falta dos. Festival Bilborock. Foto: Marinela León © 2010

¿Hasta qué punto consideras importante la formación teórica?

Creo que hay que dominar la teoría, porque es ahí donde se apoya el esqueleto de la obra. Si no cuentas con una teoría que te sostenga, por decirlo de alguna manera, trabajas sobre el vacío. Detrás de mis piezas siempre hay una labor de investigación, una búsqueda, pero mi teoría no radica tanto en el mundo del arte como en el de las vivencias personales. A mí la teoría del arte me aburre un poco, la verdad, no es para mí.  Me interesa el binomio arte y vida, en su conjunto. De ahí que me interese también la Biología, la Sociología, la Botánica…todo.   En ese sentido, actualmente estoy investigando en el mundo natural, pero no lo hago solo desde mi vivencia en ese entorno, sino que leo también muchas publicaciones sobre las nuevas investigaciones que se están llevando a cabo, algunas de las cuales se remontan a antaño.  Se habla mucho, actualmente, de la comunicación de las plantas, pero es un tema del que ya se hablaba un siglo antes de Aristóteles. Demócrito afirmaba que las plantas, a través de las raíces, establecían comunicación, y que también lo hacían a nivel molecular. Así pues, en mi opinión, teoría y práctica van de la mano. 

¿Qué cantidad de misticismo hay en tu obra?

Habría que definir qué es misticismo. Si por misticismo entendemos algo que va unido a divinidad, diría que no hay ninguna cantidad.  Ahora bien, en el misticismo hay contemplación, y en este sentido sí lo habría. En muchas de mis piezas invito a parar, invito a tener un solo estímulo, cosa a la que no estamos acostumbrados, ya que hoy en día, estímulos, tenemos muchos. Fundamentalmente los provenientes del móvil, que alcanzan un alto grado de sobresaturación. Considero que, a menores estímulos, surge mayor cantidad de cosas nuevas, de experiencias, de percepciones. Y a mí eso me interesa. Si lo queremos denominar místico, pues lo hacemos.

¿Te has sentido discriminada en tu trabajo por el hecho de ser mujer?

La verdad es que me llaman más comisarias que comisarios; ahí puedes pensar que existe cierta discriminación. Cuando trabajo en lo independiente, que es un área en la performance cuyo control ejercen los artistas, los festivales están gestionados por ellos, no solo dentro de España sino fuera de nuestras fronteras, y ahí no lo percibo tanto, porque me contactan en igual número hombres y mujeres. Sin embargo, en el ámbito institucional existen círculos controlados fundamentalmente por hombres; se potencia su visibilidad.  En ocasiones, también ocurre que te llaman con la intención de que desarrolles temáticas que, se supone, son de mujeres, algo que me produce mucha gracia.  Un ejemplo de ello es la violencia machista, que no es un tema de mujeres, sino un tema social de hombres y de mujeres, y tan dañino es para unos como para otras.  Siendo así ¿por qué nos llaman a las mujeres y no a los hombres Es algo que no entiendo.

¿Qué similitudes hay entre la performance y la danza?

Ahí hay que acotar, ya que la danza es amplísima En la danza clásica no las vería; en la danza contemporánea, existen algunas. Yo conozco lo que es el butoh, donde tengo formación, donde he estado muy introducida durante mucho tiempo. Ahí sí existen diferencias. De hecho, mi puente entre lo visual y el arte en vivo es el butoh, que lo enlaza, y sí que existen ciertas similitudes, en el sentido de que en el butoh  no se representa sino que se presenta;  es una de las máximas en el arte de acción.

Se busca “una verdad “, el movimiento de cada uno, algo que persiguen ambas disciplinas. Se dice que el butoh no se puede enseñar, que no hay una técnica. Cambia continuamente porque se trata de danzas jóvenes que se van definiendo y construyendo paulatinamente. Los primeros artistas de performance se negaban a la definición, y se siguen negando, pero los actuales ya estamos empezando a definir, en parte, porque te mueves en un terreno en el que tú marcas las directrices, pero en el que también pueden ser aceptadas las ideas de otros. Al final, todo se toca, aunque trates de fronteras difíciles de definir.

¿Piensas que se entiende tu obra?

Depende en qué contexto. Hay un círculo en el que sí se entiende.  No me refiero solo al ámbito profesional donde esperas que se entienda más ya que al conocer el lenguaje debería haber un mayor entendimiento Pero también te das cuenta cuando alguien escribe sobre tu obra, te das cuenta que no reconoces lo que está hablando de ti. El lenguaje de la performance para mi es la acción en sí, los elementos son importantes elegir un elemento u otro en esta decisión lo haces por algo. Pero hay veces que el espectador sobredimensiona el elemento y lo lleva a otro  lugar.

¿Qué repercusión piensas que tiene tu trabajo en España y fuera de España? ¿Crees que hay diferencias?

Esta pregunta es difícil para alguien que, como yo, piensa que al final nada tiene relevancia Puedo decir lo que yo siento cuando trabajo en un lugar o en otro. Cuando trabajo fuera de España, generalmente siento un mayor respeto, aunque siempre hay excepciones. Cuando vuelves a España te entra un poco de depresión. Piensas: Otra vez aquí, y ahora ¿Qué hacemos? Ésta es una profesión difícil e inestable. Tras una racha buena, en la que todo el mundo se acuerda de ti  y te ofrecen muchos trabajos, vuelve a aparecer la precariedad. No hablamos de los artistas consagrados, que llevan toda la vida trabajando, porque pertenecen a otro nivel. Pero puedes llevar veinte años trabajando en la profesión, y ves cómo la situación se repite. En este sentido es muy duro. 

¿En qué medida ha afectado tu vida personal a tu trabajo?

Yo no trabajo autobiográficamente, pero todo lo que me ocurre me afecta. Los estados de ánimo afectan a tu obra; tus descubrimientos afectan a tu obra; tus intereses también. Es algo inevitable, máxime teniendo en cuenta que yo no trabajo solo desde el concepto, sino que trabajo todas las partes, incluida la emocional, todo lo que constituye una persona. Pienso que a quien trabaja solo lo conceptual, es más difícil que le afecte. Hay algo que no me gusta nada e intento evitar cuando hago una performance. Se trata del hecho de que alguien me cabree, porque cuando me ha sucedido esto, me hago daño a mí misma, ya que trabajo con agresividad. En ciertos procesos creativos he notado que, cuando me ocurre esto, mi parte emocional se refleja en la creativa, y que trabajo de una manera excesivamente enérgica. Es como si intentara expulsar de esta forma mi estado de ánimo. En esos momentos no soy consciente de ello, pero, cuando lo analizo, compruebo que me ha afectado hasta tal punto que resulta reflejado en mi trabajo.

 ¿Crees que las artistas madrileñas están suficientemente apoyadas por las instituciones?

No puedo hablar por todas las artistas madrileñas. Tuve una fase en la que me llamaban mucho del extranjero, y yo me decía siempre: tengo que estar viajando para trabajar y nunca me llaman en casa Y hubiera estado bien trabajar en casa y no tener que ir de un lado para otro. A veces, lo que puedes hacer en tu casa no lo puedes hacer en otro sitio, debido a las dificultades inherentes que conlleva el desplazamiento de material. Incluso, en lo relativo a las temáticas, hay cosas que pueden tener un sentido aquí y en otro lugar no tenerlo, porque cuando trabajas en otra cultura hay que tener cuidado con lo que haces. Eso me lo tomo muy en serio. Cuando voy a un sitio, me documento y no me lo tomo a la ligera. Con todo ello, tuve otra fase en la que solo me llamaban de Madrid y no de fuera, es curioso.

¿Nos quieres contar alguna anécdota relacionada con tu trabajo que te apetezca contar?

La obra que más anécdotas ha generado es Welcome to Otasazubicam.  Me exponía con una máscara en el espacio público durante, al principio minutos y luego horas, con todos los medios fotográficos. Construí dos cámaras oscuras y también trabajaba con cámara digital, formato medio y vídeo. Aquí tuve suerte de ser mujer, de ser una mujer blanca y occidental. La hice en muchas ciudades europeas, tanto en Madrid como en Sarajevo, en Roma y también en México y en Tokio, donde buscaba lugares muy transitados. En el aeropuerto de Roma, donde sabía que no se podían poner cámaras, me llevé una estenopeica y a los dos agujeritos que tiene les dibujé unos ojitos, como si se tratase de un personaje. Cuando estaba sentada en el suelo con mi máscara, oí que me llamaban y por la rendija de la máscara vi dos uniformes. Me quité la máscara y vi a dos policías -hombre y mujer- que me miraban con cara de no dar crédito. Los policías fueron súper amables al comprobar que era una mujer, igual que ocurre en otros lugares.

En una playa de México me preguntaron si había tiburones y si los estaba midiendo. En este mismo país, hice todo un viaje con una silla que encontré, que no tenía asiento. Algunas personas me la querían comprar; otras, me la quería cambiar por alfombras. Cuando llegué a Teotihuacán, y me dijeron que no podía entrar con la silla; había viajado horas y horas con ella, así que me metí dentro de la misma y dije ’si yo soy una’, y me dejaron pasar.

Tokio fue la última ciudad donde hice la obra, y fue excesivo. Estuve muchos días de pie, con una máscara puesta, empezando por una hora y llegando a permanecer así hasta nueve horas. La máscara te protege porque pierdes identidad al ponértela y mi cuerpo allí era grande. Los oía decir -hablo un poco de japonés-, ¿es un hombre o es una mujer?

La primera semana vino la policía, me quite la máscara y cuando vieron que era una mujer extranjera blanca occidental, no pasó nada.

La segunda vez fue brutal. Llevaba tiempo allí y pasaban olímpicamente de mí y, como vi que eran gente obediente, me puse en una calle peatonal donde sujetaba un cartón que tenía una lámpara de pinza, y en japonés escribí ‘por favor apaga la luz’. Fue impresionante, porque el primero que paso lo leyó y apago la luz. Yo tenía otra en la otra mano, y la encendía, y era gracioso porque, cuando yo encendía la segunda luz, volvían a encender la primera. De repente, me vi rodeada de gente y perdí de vista mis cámaras, dos de video, tres de foto y mis cámaras estenopeicas; entonces me convertí en objeto, y me tocaban, cuando Japón es un país en el que no se tocan. Yo, que viajaba sola, no sabía cómo salir de esa. Daba un paso adelante y todos daban un paso hacia atrás, como si se asustaran. Entonces vino la policía y ya no me quité la máscara, porque sentía curiosidad. Se pusieron bastante violentos, hasta el punto de cogerme y decirme “aquí no está permitido, no se pueden hacer perforamances en la calle”. Entonces decidí quitarme la máscara; ellos dieron un paso hacia atrás y me pidieron disculpas. Volví a intentarlo en Ikebukuro, el barrio donde estaba. Ante el revuelo generado, pregunté qué pasaba, y me dijeron que a la gente le asustaba porque llevaba mascara y porque, además, al utilizar una caja en la representación, generaba un clima de paranoia relacionado con el temor a los explosivos.  Ellos mismos avisaron a la policía. Fue una sensación horrible notar el miedo de la gente. Cuando regresé, conocí a Masaki Iwuana, que es un bailarín japonés que vive en Normandía y que hace el butôh blanco y es director de cine. Con esta experiencia pase de la ciudad al campo, y de la inmovilidad al acto de caminar, como proceso creativo.   Todo lo contrario.