
Vienes del campo teórico ¿Cómo te decantaste por la escultura?
Siempre digo, de una forma literaria, que la escultura me eligió a mí, aunque mi padre solía decir que era “una herencia de sangre”. Mi abuela María Pérez-Peix, alias TELUR, era escultora y llegó a hacer dos exposiciones individuales, una en el Lyceum Club de Madrid y otra en Barcelona, entre los años 1930 y 1935. Intentó, por tanto, una profesionalización cuando todavía las tentativas eran muy aisladas y pequeñas. El provenir de círculos intelectuales, le facilitó a ella esa tímida pero valiente tentativa primera convirtiéndola en pionera. Llevo con orgullo su reivindicación, que conseguí hacerla pública en la tesis de la profesora de la Universidad de Sevilla, Raquel Barrionuevo, y luego en la exposición “Re-existencias: un siglo de escultura femenina”, en 2006, que se realizaría primero en el Convento de Santa Inés de Sevilla y después en Madrid en el centro cultural El Águila.
Estudié, en los apasionantes años sesenta de Madrid, Literatura Hispánica en la Universidad Complutense, y Teatro, en la Real Escuela Superior de Arte Dramático, con la intención de llegar a la interpretación, mi pasión primera. Este originario empezar a expresar con mi propio cuerpo, me ha hecho amar y dedicar mi trabajo a la figura humana. Para mí sigue siendo válida la máxima de Rodin, “el cuerpo, templo de pasión”.
En 1981, realicé mi primera exposición en la histórica Galería Alençon, de Isabel Garrigues y Carmen Gamarra, en la madrileña calle Villanueva, ya que con enorme generosidad dedicaban el mes de Junio al descubrimiento de nuevos artistas. Mis pequeñas e imperfectas terracotas tuvieron tan buena acogida de crítica y ventas que me llevaron de forma inesperada a dedicarle mi vida a la escultura.
Tengo que decir que aquella insólita entrada en universos de la creación artística, me ha situado siempre en una posición de “asombro” ante el destino y me ha reafirmado en la creencia del origen misterioso del arte.

¿Por qué dejaste la crítica de arte?
Entre 1972 y 1977 viví en Pamplona, ejerciendo la enseñanza en la Universidad de Navarra, impartiendo, primero un seminario propuesto por mí de “Estética aplicada a las artes”, que acabaría por convertirse en una asignatura oficial de las Facultades de Ciencias de la Información bajo el título de “Movimientos artísticos contemporáneos”. Fueron años de estudio y experimentación, en ese momento en que empezaron a borrarse las fronteras entre las artes, que me ayudaron, no sólo al conocimiento del arte en todas sus expresiones –teatro, cine, música y artes plásticas–, sino también a entender que únicamente hermanado con los artistas que nos precedieron, el trabajo creativo adquiría un sentido.
A mi vuelta a Madrid, continué en el campo teórico a través de la crítica, en revistas, y con la publicación de estudios y biografías de artistas en diversas colecciones editoriales.
Sigo conservando esa pasión de escribir, pero la escultura acabó apropiándose de todo mi tiempo.
¿Es importante tener oficio para ser escultora?
Puedo considerarme autodidacta, ya que no pasé por escuelas, pero he ido aprendiendo; primero, de la mano de mi hermano Alfonso d’Ors, gran ceramista y maestro de ceramistas, que fue el primero que puso una pella de barro en mis manos, y, luego, con mi paso por talleres y fundiciones profesionales que han propiciado que aprenda y ame este oficio.
La revolución tecnológica, por un lado, con la incorporación de materiales cuya longevidad y permanencia es difícil de asegurar, sumada al desprecio por la trascendencia que impera en la creación artística –¡Cuánto daño nos han hecho los quince minutos de gloria de Andy Warhol!–, han conseguido que exista un desprecio por el oficio, para mi difícil de comprender y de aceptar.
El artista cumple una función social, y su testimonio hablará de cuál fue el rostro de su tiempo. En este actual poshumanismo, es posible que el resultado final sea “el rostro de los sin rostro”.
¿Qué importancia tienen los materiales?
El material elegido siempre debe responder a las intenciones últimas del artista. Yo soy una modeladora nata, parto de la arcilla, y elijo el bronce como material final y definitivo por su belleza, en primer lugar, y también por su permanencia y por ser un material vivo que se trasforma con la incidencia del tiempo.
En tu obra las formas son andróginas ¿Por qué esa ambigüedad sexual?
Decía Joan Miró que él no eligió un estilo para su expresión artística, sino que fue éste el que le eligió a él. Mi “androginia” tampoco fue elegida por mí como voluntad, pero sí puedo decir que esta indefinición sexual no es pérdida de identidad, sino espacio para encontrarla, lo que responde bien a mi tiempo.
¿Por qué la mitología? ¿Piensas que sigue teniendo vigencia?
Lo que intento expresar no es distinto a lo que han expresado quienes me han precedido en otras culturas y otros siglos. La mitología en mi quehacer escultórico es más que un motivo. Ese recurso al mito implica un salirse de la historia, una voluntad filosófica. Vuelvo a afirmar que yo no he elegido mis temas, son ellos son los que me han elegido a mí. Intento con ello reconducir la mirada del espectador de fuera hacia dentro, invitando a la reflexión.
¿En tu obra pública, sobre todo, piensas en la atemporalidad, o, para ser más precisas, en su perdurabilidad?
En primer lugar, deseo ser una escultora de obra pública, porque creo, con los griegos, que el arte o es público o no es. En segundo lugar, ante la urgencia del vivir de los hombres en esta posmodernidad, presiento la necesidad de introducir la escultura en el paisaje de una forma democrática, no impuesta, para lograr surja la belleza en sus escenarios habituales. Y dado que vivimos un posthumanismo que ha borrado al hombre como centro del universo –y como diría Susan Sontag: “frente al desorden establecido”–, mi deseo, mi voluntad y mi sueño, es hacer volver la mirada hacia el hombre, el gran olvidado, en la búsqueda de un arte que consuele y acompañe.
¿Crees que la escultura en los espacios públicos está suficientemente valorada?
Siempre digo que el exterior puede ser desolador para una obra escultórica si no encuentra su sitio. La escultura sigue siendo considerada y tratada en nuestro tiempo como mobiliario urbano, con resultados aberrantes. A pesar de mis estudios virtuales realizados cuando me dispongo a introducir mis obras en algún paisaje, me tiemblan las piernas cuando llega el momento de su instalación. ¿Cómo funcionará? La escultura es muy tirana y necesita aire alrededor para su pálpito. La lucha con los elementos que inundan en forma de farolas, señales, publicidad o semáforos todos los ámbitos urbanos, hace a veces muy difícil tener ese aire. Esto provoca tensiones, no sólo espaciales, sino también sociales, con rechazos. Por ello, insisto en un camino de introducción democrática en el paisaje de la ciudad contemporánea, para que el ciudadano elija mirar y descubrir, que no se le imponga una mirada. Una vez conseguido este propósito, no hay mayor felicidad para el creador, y también para el ciudadano, y puedo decir que mi experiencia, tras esa gran lucha, ha sido hermosa.
¿Cómo te ha influido ser la nieta de Eugenio d´Ors?
Ser nieta de Eugenio d’Ors ha sido un enorme privilegio. Nací en una familia de intelectuales y artistas, con libros y obras de arte en las paredes y pasajes de mi casa. Con la perspectiva de los años, he podido valorar lo que significaba vivir rodeada de ello. Mi padre se ocupó mucho de nuestra formación artística y nos solía llevar al Museo del Prado los domingos por la mañana, lo que para mí supuso una educación estética superior a la que tenían mis compañeros de generación. También, en el bachillerato, la exigencia de mis maestros al ser nieta de escritor, me obligó aprender a escribir, otro deber al que no podía oponerme. Mi padre, gran médico humanista, solía repetir: “Somos lo que somos hasta los diez años” Una verdad que he procurado no olvidar cuando me tocó ser madre.
¿Cómo artista, te has sentido discriminada por ser mujer?
Con los dos hombres importantes de mi vida, mi padre y mi marido, he logrado, con su exigencia y su amor, sacar lo mejor de mí misma. El primero me educó como al resto de sus seis hijos, todos varones, y jamás advertí en él ningún gesto discriminatorio. Mi compañero de vida es un feminista radical, no sé si por vasco o por justo, y me ha facilitado siempre que yo me entregara a la escultura, a pesar del riesgo permanente que eso supone. Y si bien es cierto que en el mundo de las galerías apenas se advierte discriminación por ser mujer artista, sí puedo decir que en el de los concursos para obras públicas, como finalista, sí he podido vivir alguna preferencia por el proyecto de algún otro candidato masculino. Aunque preferiría pensar que no, pues soy enemiga de fomentar un enfrentamiento de sexos, por el convencimiento de su inutilidad y la creencia absoluta en la capacidad femenina para sortear con inteligencia cualquier adversidad.
Madrid, febrero 2020