El arte de Eva Lootz es una formidable demostración de afecto y preocupación por la naturaleza. Naturaleza agraviada y expuesta por primera vez en su historia sin fin a un peligro de extinción del que somos enteramente responsables. La celebración de la misma corre a cargo en sus refinadas instalaciones de los materiales que no son para ella simples materias primas, sino componentes indispensables del mundo natural cuyas ricas cualidades merecen ser exaltadas. Como en los casos de las tierras y las maderas y del agua de los ríos y sus cuencas arborescentes. La elegía de la naturaleza amenazada corre a cargo en cambio de la evocación o la cita recurrente de la montaña y de la duna, de la formación geológica más estable e inamovible y de la más cambiante y expuesta a las mudanzas impuestas por las corrientes de aire y las tormentas. Sus montañas tienden a ser dunas y sus dunas clepsidras, relojes de arena que nos advierten de la caducidad de todo lo existente, incluidos nosotros mismos. En sus instalaciones, así como en sus dibujos, también intervienen las palabras en libertad, las admoniciones, las sentencias, la música y hasta los trinos de los pájaros, protagonistas sonoros de una memorable instalación en el Palacio de Cristal de Madrid.