El tamaño de un artista es el de su desafío. Y el de Mar Solís es mayúsculo: desafiar la gravedad con materiales tan grávidos como el acero, la caoba o el roble y salir airosa. Sus esculturas están siempre elevándose, como lo hacen las columnas de las catedrales góticas que se alzan vertiginosamente y en lo alto se ramifican para apoderarse del cielo. Con un matiz decisivo: el gótico es armonioso, celebra y realiza el orden del universo. Sus esculturas por el contrario escenifican el soterrado juego de fuerzas en conflicto característico de nuestro mundo en ebullición. Sus tensiones y torsiones, sus anudamientos y desenlaces. Pero quien dice en su caso escultura dice también dibujo, libro de arte y fotografía: otras tantas modalidades de su arte extraordinariamente coherentes con su voluntad de forzar la pesantez para alcanzar lo ingrávido.