
¿Qué quería ser María Ruido de mayor?
Quería ser veterinaria porque adoro a los animales; concretamente los gatos me parecen seres superiores. Luego quise ser actriz y lo fui durante un tiempo. Más tarde, estudié historia y, finalmente, siendo ya mayor, estudié arte. Creo que ahora mismo estudiaría Ciencias Políticas, sin ninguna duda.
¿Qué importancia tiene tu biografía en la obra que muestras?
Toda. Creo que en toda mi producción aparece mi experiencia personal y que tiene un bagaje vital respecto a las experiencias que voy teniendo en las diferentes etapas, el contexto en el que me muevo, la edad que voy cumpliendo…
Has comentado que trabajas con imágenes como una praxis política ¿Se puede entender toda tu producción sin un compromiso social?
Con mi trabajo quiero creer que se puede repensar el mundo a través de las imágenes; de no hacerlo, tenemos una batalla perdida muy importante, porque los imaginarios son una parte fundamental de lo político. Viendo un telediario, se nota claramente que está editado, que allí existe una narración que ya ha pasado por un filtro y que tiene una carga ideológica.
Sabemos que este sistema capitalista es asesino, que nos puede matar, que nos puede llevar a la extinción; también sabemos que el capitalismo neoliberal nos está enfermando con una serie de patologías que se están agravando en las últimas décadas. Vivimos una represión colectiva y necesitamos rearticular todo ese malestar y defender que no estamos solos, que necesitamos volver a hacer una colectivización de nuestros malestares y convertirlos en una fuerza política.
¿Y sin perspectiva feminista?
Claro, poner el cuerpo y la vida en el centro del discurso es algo que he aprendido desde el feminismo autónomo. Son máximas en mi vida personal y profesional. Si eres mujer y no eres de clase alta, pero tienes un espacio de voz público, tienes que aprovecharlo. En mi caso, puedo trabajar con imágenes y esa es una labor política fundamental.
Por otra parte, la malísima interpretación del mito griego de Medea y desde ciertas líneas del feminismo, como el xenofeminismo, han abierto un melón que creo que va a ser fundamental en los próximos años. Creo que a las mujeres se nos educa para responder a los deseos de otros. Parimos en un sistema patriarcal, para el clan del otro, y en realidad ha sido siempre así; a las mujeres se nos sigue educando para eso.
¿Es imposible sostenerse económicamente sin ejercer la docencia?
Pues, efectivamente, así es. Trabajo en la Universidad de Barcelona y definiría mi trabajo en dos ámbitos: el mundo de la investigación teórica y el de mi práctica artística. Aunque en algunos momentos de mi vida, para poder sobrevivir, he hecho un poco de todo, porque ya sabemos que como artista no se cobra.
La docencia es un laboratorio alucinante, un laboratorio de producción del conocimiento. En estas fechas estamos haciendo clases virtuales y me doy cuenta, ahora más que nunca, de que no es lo mismo. El cuerpo a cuerpo y el debate en clase es una cosa, y otra muy diferente es la pantalla donde hay una jerarquía. Ojalá no lleguemos a ello, porque se avecinan tiempos en los que se impondrá el teletrabajo, y eso supone perder nuestra corporeidad.
¿De toda tu producción, Mater Amantísima es tu obra más especial?
Yo las quiero a todas por igual, pero soy consciente de que hay trabajos que atraviesan tu propia vida. He pasado unos seis o siete años muy complicados, de una intensidad tremenda. Después de tres años viviendo en el norte de África, a mi vuelta me topé con el asesinato de Asunta Basterra. Un suceso que me golpeó mucho porque yo estudié en Santiago y, precisamente, me dio clases la abuela de esa niña, en la Facultad de Historia. Además, la portavoz de la familia era amiga mía, una periodista muy conocida en Galicia.
En Mather Amantísima estaba implícito el rechazo brutal que supone el acto de asesinar a una hija y, además, en este caso, adoptada. Existen mujeres que pueden quedarse embarazadas sin quererlo. Al contrario, cuando se comienzan los trámites de una adopción, comienza también un proceso involutivo muy importante. Todo eso he querido reflejarlo en la película porque estaba en mi mente.
Fueron grabaciones muy complejas y dolorosas, ya que, además, supuso volver a Santiago, el centro de mis afectos más tempranos.

¿Contaste con alguna ayuda a la producción?
Pude hacer la película con una de las ayudas de la Fundación BBVA que, por cierto, se quedaron estupefactos cuando la vieron. No les entusiasmó, y cuando la presenté, lo que más les llamó la atención fue que se tratara de una película dolorosísima, hasta el punto de que yo misma he salido llorando de varias presentaciones.
¿Qué otras reacciones se han producido?
Lo que me sorprendió era lo mal que se lo tomaban las mujeres en general. Creo que es un tema que no es fácil de plantear. Mi conclusión es que la película apela a temas que es mejor no tocar, con preguntas que es preferible no hacer.
Ahora, la línea xenofeminista pone en cuestión los vínculos biológicos y desde el ciberfeminismo de los noventa, existe también otra línea muy esencialista que entiende que es muy empoderador el tema de la maternidad, que, además, pone al cuidado en el centro. Pero yo no lo tengo tan claro.
¿Qué opinión tienes sobre la maternidad?
Precisamente, Mater Amantísima se produjo en un momento vital en el que tenía que decidir si quería ser madre biológica o no. Finalmente fue no, pero me provocó una tormenta emocional muy grande, como creo que ocurre a todas las mujeres a la hora de tomar esa decisión.
Yo tenía una relación muy complicada con mi madre, que desgraciadamente falleció el pasado mes de febrero, por lo que llevo un año tremendo de pérdidas y de duelo.
Además, cuando hice la película yo vivía en pareja y el tenía dos hijos y, sin darme cuenta, me estaba convirtiendo implícitamente en madre, ya que se tenía de una custodia compartida. Estos niños crecieron conmigo durante unos años y yo crecí con ellos; son mis niños realmente y me he dado cuenta de que no hace falta ser madre biológica. Las madres de adopción tienen clarísimo este tema. Realmente creo que tenemos que cuestionar a fondo las estructuras de relación y familia basadas en lo biológico, y plantear el cuidado por encima de los lazos de sangre. Además, la evolución social de las relaciones nos muestra ese camino.
¿Qué es el orgullo loco?
Es parte del argumento de mi última película. Me está regalando fantásticos encuentros y mucha gratitud por parte de mucha gente. No tenía ni idea de este tema hasta que me topé con un grupo de mujeres, que son las personas más sensatas que he conocido en mucho tiempo, a pesar de que tengan ese estigma.
En un encuentro en Traficantes de Sueños encontré a los GAM, que son grupos de ayuda mutua, a Flipas y al colectivo Inspiradas, que es una escisión de Flipas de mujeres, que como dicen ellas: los locos son locos, pero también son patriarcales. En la Escalera Caracola encontré que estaban organizando el primer día del Orgullo Loco en Madrid, que el próximo 20 de mayo cumplirá dos años. Allí contacté con un grupo de activistas de la salud mental, interesados en un tema que también a mí me había llamado la atención desde hacía tiempo: la antipsiquiatría.
El Orgullo Loco toma el insulto para hacerlo propio y hace activismo desde la salud mental; es una variable importantísima que debemos tener en cuenta.
Háblanos sobre Estado de Malestar.
La película Estado de Malestar surgió de la lectura de Mark Fisher, un autor que me inspira y que ha sido muy importante en los últimos años de mi vida y con el que siento muchísimas conexiones biográficas. En un principio, estaba muy enfocada en la cuestión del trabajo. Estaba haciendo el proyecto Working Dead, que luego se ha materializado en formato libro, por lo que trabajaba en dos procesos paralelos.
La película está muy relacionada con la paz, con colectivos trans, con colectivos que trabajan sobre la renta básica, pero, además, está atravesada por el malestar y por el sufrimiento psíquico.
Es difícil hablar de planes en estos momentos, pero seguro que algunos tienes…
Estoy en un grupo de investigación en la Universidad. Concretamente, estamos trabajando en Lisboa. Como gallega, he tenido mucha relación con esa zona; soy del sur, soy arrayana y he vivido en Portugal en los años noventa, y considero que es un país que está demostrando una inteligencia política de la que tenemos mucho que aprender.
En estos momentos, tenía que estar en Lisboa porque íbamos a grabar el sábado 25 de abril, pero aquí estamos, y me siento agotadísima anímica y físicamente; debe ser por la preocupación sobre lo que va a pasar…, la incertidumbre, no sólo en el ámbito personal sino también porque en la cultura va a ser terrible, va a ser una debacle donde muchísima gente se va a quedar por el camino.
¿Qué nos puedes adelantar de ese proyecto en Portugal?
Estamos trabajando sobre las cooperativas de cine del 74, un análisis paralelo a las que salieron de la revolución, que ha sido una relación paralela a la del cine de los 70 y 80 aquí. Es un poco volver a esa genealogía que hay que recalcar, poner en orden el pasado y revisar qué es lo que hicieron ellos que nos puede interesar. Simultáneamente, estábamos pensando en comenzar un proyecto más grande sobre las culturas antifascistas.
España es el único país europeo que se ha reconstruido a base de guardar debajo de la alfombra toda esa cultura, porque el fascismo ganó la guerra, situación muy diferente a la de haber vencido a Hitler después de la Segunda Guerra Mundial y, sustancialmente, también distinta a Portugal, que llevó a cabo una ruptura con el régimen anterior y triunfó la revolución.
¿Cómo crees que se plantea el mundo postcoronavirus?
En el mundo postcoronavirus que se presenta, vamos a tenernos que batir el cobre con un incipiente neofascismo, o como queramos llamarlo; una nueva ultraderecha que tiene el terreno abonado en este momento para triunfar.
Ahora mismo, el sur de Europa está en un momento muy potente, haciendo frente al neoliberalismo y a las presiones del norte, tal y como se está viendo en la Unión Europea. Sería interesantísimo repensar otras formas de articulación política por parte de los países del sur: Italia, Portugal, España y Grecia, y tal vez Francia también, si empiezan a mirar al sur.
03/02/21