Pilar Albarracín nació en 1968, en Aracena (Sevilla). Hija de un veterinario y una profesora, su infancia transcurrió en la provincia de Huelva, hasta que a los 17 años comenzó a viajar por Irlanda, Alemania y Francia.
Se licenció en Bellas Artes en la Universidad de Sevilla y en Madrid comenzó su carrera artística de proyección internacional.
La obra de Albarracín está contada en primera persona, tanto en lo relativo a la imagen como a las vivencias, y se materializa en diferentes disciplinas artísticas, tales como la fotografía, el vídeo, la instalación, la performance o el collage. Trabaja con fina ironía sobre los tópicos de la España tradicional, dirigiendo la mirada hacia la mujer andaluza y sus tradiciones; tradiciones éstas relacionadas con el folklore y que, actualmente, siguen presentes en la realidad de todas las clases sociales del sur, aunque en muy diferente medida, pero que tienen en común el hecho de que siguen marcando internacionalmente el estereotipo de mujer española heredado del periodo franquista.
Mención aparte merecen sus piezas realizadas mediante bordados, como reivindicación para el arte de las técnicas consideradas tradicionalmente femeninas, que es tanto como decir artesanales, y que convierte en una acertada crítica.
Para la realización de performances, siempre sorprendentes, y atendiendo a su compromiso feminista, utiliza su propio cuerpo. En ellas incide en la denuncia de los convencionalismos, de las costumbres y de las tradiciones nacionales. Se trata de apuestas frescas y coloristas en las que, no obstante, permanece un regusto amargo fácilmente identificables por el estilo Albarracín, siempre denunciante de la desigualdad de género y el machismo.
La artista insiste en hacer una crítica sobre cómo ciertos tópicos, incluso aquéllos no exentos de sufrimiento, han calado en el imaginario colectivo. En su pieza Lunares, del 2004, aparece con un traje de flamenca blanco e inmaculado y, conforme comienza a bailar, Pilar se va clavando una aguja en diferentes partes del cuerpo, creando así el típico traje de flamenca, aunque los lunares se han formado con su propia sangre.
En el artículo de Rosa Martínez Para volar, que aparece en la página de la artista, se cita textualmente: «En todas sus performances es la propia Albarracín la que personifica los caracteres femeninos que la convierten en campesina, inmigrante, mujer maltratada, ama de casa, bailaora o cantaora. Poniendo en juego su energía personal, se implica a fondo en sus desdoblamientos…A través de sus escenificaciones, Albarracín se centra en la mujer como depositaria de mandatos de sumisión y explora las diferentes facetas de una situación específica de desarrollo económico y social en Andalucía, en España y, por extensión, en los múltiples combates contemporáneos entre tradición y modernización… Desde una perspectiva social, insiste en la reinvención del significante mujer y se lanza a la búsqueda de nuevos mundos poéticos para conseguir, a través de todo ello, emanciparse del peso de la Historia y emprender otras formas de vuelo”.
De entre toda la producción de Pilar Albarracín, su fotografía del 2009, Torera, se ha convertido en un icono de posmodernidad. Con su traje de luces, montera y estoque incluidos, como exponente máximo de la valía del hombre valiente, dicha valía se lleva al extremo del ridículo con la sola incorporación de dos elementos: unos zapatos de tacón y una olla Express.
Su trabajo ha podido verse en importantes exposiciones, tanto colectivas como individuales, en galerías y museos de todo el mundo, como el Musée d’Art Moderne de la Ville de Paris; el Hamburger Bahnhof (Berlín); el PS1 del MoMA (Nueva York); el Istambul Modern Sanat Müzesi (Estambul); el National Center for Contemporary Arts (Moscú) o el Museo Kiasma(Helsinki). También ha participado en las bienales de Venecia, Busan (Corea), Moscú y Sevilla, entre otras. Pilar Albarracín vive y trabaja actualmente en Sevilla y Madrid.