
Pilar Pequeño ha utilizado la cámara fotográfica para revisitar géneros y tópicos de las tradiciones ilustrada y romántica. En las series que articulan su espléndida trayectoria artística se ha ocupado de las ruinas, los paisajes, los bodegones, los floreros los herbolarios, siempre con una vocación intimista que le lleva a recortar los encuadres, a cuidar la composición y detenerse delicadamente en los detalles y en definitiva a conceder todo el protagonismo a la luz. De hecho su obra es impensable sin los dramas de la luz que sabiamente invoca y pone en escena. En sus fotos la luz emerge de la oscuridad o pugna con ella o atraviesa cristales o transita del aire al agua para volver al aire, empañada con frecuencia y con frecuencia velada, luz fijada para siempre en los pétalos húmedos de una flor. Dramas sin estridencia ni dramatismo porque nada más lejos de su intención que el deseo de causar con sus imágenes un impacto o un choque visual o el de vanagloriarse por haber captado en una instantánea el <<momento decisivo>>. Sus fotos son silenciosas como las pisadas del felino.